Escena I Principios básicos del espantapájaros
Todo espantapájaros sabe que un principio básico para lograr la efectividad de su trabajo es la inmovilidad. El espantapájaros debe permanecer quieto, en estado de absoluta inercia y sólo debe manifestar movimiento cuando un viento fuerte bata sus brazos colgantes o su sombrero de paja. El espantapájaros está ahí, en mitad del sembradío, con el exclusivo propósito de llamar la atención de los pájaros. Sí, el espantapájaros no está allí para espantar, sino para atraer, para que las aves insistentes y traicioneras posen sus ansias en él y hasta hagan sus nidos. El espantapájaros puede ser el nido perfecto, la perfecta habitación, el área habitacional idónea para quien desea la tranquilidad. Las aves que azotan los sembradíos lo saben, o más bien lo intuyen en la mirada vacía y complaciente del espantapájaros. Lo que no saben es que al posarse en él caen en la trampa... no del espantapájaros, sino de quien lo colocó allí como sebo.
Toda ave que se posa sobre un espantapájaros se torna blanco perfecto. A cierta distancia el constructor del espantapájaros acecha, escopeta en mano. Una vez que el ave se posa sobre, digamos, el hombre derecho del espantapájaros, o sobre el ala izquierda del sombrero, el constructor del espantapájaros sonríe, se regocija, disfruta el anuncio del triunfo. Y pudiera disparar de inmediato, detonar una descarga turbulenta que, a velocidad inusitada, desplume al rapaz sobre la inercia misma del espantapájaros. Él recibirá parte de la descarga con la misma impasividad que observa día tras día la salida y la caída del sol, como igual observaría la de un imperio. Las plumas del ave, salpicadas de sangre, revolotearán en el aire, se adherirán en el chaleco raído del espantapájaros, teñirán el suelo de rojo. Pero esto acabaría demasiado pronto con la voluntad de regocijo del constructor y haría, además, que el espantapájaros mudara de tono. Una descarga como esa, seguida de una muerte como esa, no dejan asuntos ilesos... ni aves, ni espantapájaros. Por eso, el constructor del espantapájaros prefiere aguardar, para cumplir así con otro principio básico: no gastar pólvora en un zamuro, porque el espantapájaros no fue hecho para atraer la atención de un único pájaro. Él está ahí para atraer un ejército.
El espantapájaros se queda inmóvil, entonces, y soporta el peso de las aves que van posándose en sus extremidades de paja y trapo, mientras el constructor al acecho cuenta los blancos. Un disparo de escopeta, además, no se desperdicia en un blanco pequeño. No, aquí hay que responder a otro principio que acompaña la presencia del espantapájaros: él fue diseñado para atraer más de un pájaro con el perenne vacío de su mirada y la mueca febril de su bocaza. Él está ahí para garantizar la posibilidad de matar dos pájaros de un solo tiro.
En el medio del campo, a la mitad del sembradío, aguarda el espantapájaros, y detrás el constructor acecha. Vendrán los pájaros y caerán en cambote derribados por el calor del plomo y la terquedad de sus ansias.
Toda ave que se posa sobre un espantapájaros se torna blanco perfecto. A cierta distancia el constructor del espantapájaros acecha, escopeta en mano. Una vez que el ave se posa sobre, digamos, el hombre derecho del espantapájaros, o sobre el ala izquierda del sombrero, el constructor del espantapájaros sonríe, se regocija, disfruta el anuncio del triunfo. Y pudiera disparar de inmediato, detonar una descarga turbulenta que, a velocidad inusitada, desplume al rapaz sobre la inercia misma del espantapájaros. Él recibirá parte de la descarga con la misma impasividad que observa día tras día la salida y la caída del sol, como igual observaría la de un imperio. Las plumas del ave, salpicadas de sangre, revolotearán en el aire, se adherirán en el chaleco raído del espantapájaros, teñirán el suelo de rojo. Pero esto acabaría demasiado pronto con la voluntad de regocijo del constructor y haría, además, que el espantapájaros mudara de tono. Una descarga como esa, seguida de una muerte como esa, no dejan asuntos ilesos... ni aves, ni espantapájaros. Por eso, el constructor del espantapájaros prefiere aguardar, para cumplir así con otro principio básico: no gastar pólvora en un zamuro, porque el espantapájaros no fue hecho para atraer la atención de un único pájaro. Él está ahí para atraer un ejército.
El espantapájaros se queda inmóvil, entonces, y soporta el peso de las aves que van posándose en sus extremidades de paja y trapo, mientras el constructor al acecho cuenta los blancos. Un disparo de escopeta, además, no se desperdicia en un blanco pequeño. No, aquí hay que responder a otro principio que acompaña la presencia del espantapájaros: él fue diseñado para atraer más de un pájaro con el perenne vacío de su mirada y la mueca febril de su bocaza. Él está ahí para garantizar la posibilidad de matar dos pájaros de un solo tiro.
En el medio del campo, a la mitad del sembradío, aguarda el espantapájaros, y detrás el constructor acecha. Vendrán los pájaros y caerán en cambote derribados por el calor del plomo y la terquedad de sus ansias.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home