Escena III Danzando sabrosón
Se bate duro el maestro, juega a la quiniela todo el día y brinca de vez en cuando de una cuadra a otra. Su pasión es el envite, su causa el azar. Ha doblado ya tantas apuestas que no le alcanza la memoria para relacionarlas y por ello no sabe cuánto ha ganado. Reparte el logro entre sus escasos amigos -para los enemigos, que son más, dejará el repele, porque la verdad no es rencoroso. Ya está próximo a la muerte, esa señora silenciosa y triste que lo ha visitado otras tantas veces, y como en el juego hasta ahora ha salido ganador. Tampoco le alcanza la memoria para recordar las visitas nefastas, ni las escapadas por la puerta trasera. Él es un especialista del garito, la ruleta -sea de la nacionalidad que sea y con cualquier clase de plomo- y el sarao. Baila el maestro también, zapatos de doble tono y rumba caliente. Lo acompaña el Duque, allá por el 23, donde hay siempre fuego y sandunga. El maestro va de sombrero, canalla rumbero, guayabera y piel curtida. Tararea la bruca maniguá y recuerda -lo poco que puede- que tiene una mala maña, que a él mismo le da pena, y es que de noche se acuesta en su cama y amanece en cama ajena. ¡Qué vainas tiene el maestro, que va brincando de una cuadra a otra y birla la ocasión a la muerte! Por ahí se va, la bruca, la maniguá, entre brazos de morenas y culos de mulatas, que se tongonean como mi perra bulldog. Yo lo veo venir, más bien lo presiento, un pasito alante y otro atrás, de fiesta y azar como siempre, y me dispongo a la lucha. Seré yo quien le quite la muerte de las espaldas. Seré yo esta vez, y me quedaré con ella, danzando sabrosón.
1 Comments:
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