Escena VIII Si tu boquita fuera (Otra del Espantapájaros)
En el caribe el cuerpo es una boquita de limón verde, igual que las ansias, el peligro y el silencio. La piel que suda con la rumba despide un sabor cítrico, ácido, casi corrosivo, y sobre ella resbalan los temores de la tarde, ocultos tras el fraseo de las esquinas, donde las sombras, siempre cómplices, se ocupan del dolor y la conjura. Ella baila y menea las caderas en giros lentos, elípticos. La trayectoria que traza es el área del delirio y la promesa. Entra aquí y te harás humano, le dice a todo ojo que fija la mirada en el movimiento y en la delgada franja de piel canela que se asoma entre el borde inferior de la blusa y la pretina del pantalón. Hoy no viste falda, porque no salió para el combate musical. Iba al parque, a caminar un rato, mientras otro giro iniciaba un nuevo rito, el del pensamiento y la preocupación.
Ahora se ha hecho luna en las noches del espantapájaros que guarda el patio de sombras y baila, de tanto en tanto, al compás del viento. Si tu boquita fuera de limón verde, dice, e imita el gesto de mordisquear una fruta ácida, mientras la brisa despeina sus cabellos.
El espantapájaros la observa; ella lo sabe. Y también sabe que nada puede hacer para liberar el ansia que lo carcome, para salir corriendo en pos de ella, tumbarla y hacerla suya, con toda la fuerza de su corazón de paja. El espantapájaros es un sebo y no puede moverse. No debe, más bien, y él se apega a las reglas; ella lo sabe.
Si tu boquita fuera, repite, y hace que el viento golpee más fuerte el ropaje deshilachado del muñeco, sobre el cual ahora, extrañamente, se posa un pájaro nocturno. Porque es de noche y ella tiene ganas de bailar, corre entonces hacia él, lo toma por los endebles brazos, lo desencaja del eje que lo soporta, lo apreta contra su pecho y comienza a girar con él hasta el extremo del vértigo y el amanecer.
Si tu boquita fuera, murmura el espantapájaros, justo en ese ámbito temporal en el que no se sabe si termina la noche o inicia el día, y la muerde con sus labios de paja, mientras ella gime y termina de abrir las piernas de limón verde.
Ahora se ha hecho luna en las noches del espantapájaros que guarda el patio de sombras y baila, de tanto en tanto, al compás del viento. Si tu boquita fuera de limón verde, dice, e imita el gesto de mordisquear una fruta ácida, mientras la brisa despeina sus cabellos.
El espantapájaros la observa; ella lo sabe. Y también sabe que nada puede hacer para liberar el ansia que lo carcome, para salir corriendo en pos de ella, tumbarla y hacerla suya, con toda la fuerza de su corazón de paja. El espantapájaros es un sebo y no puede moverse. No debe, más bien, y él se apega a las reglas; ella lo sabe.
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4 Comments:
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