Brasilia, a simple vista
mais uma vez /
que nestes blocos de apartamentos /
moram inclusive pessoas normais".
A simple vista Brasilia parece una ciudad normal. A vista simple, porque ya desde la ventanilla de los aviones que descienden sobre la ciudad, antes del viraje de aproximación final, algo poco común se observa, algo que pareciera ser la sombra de la propia aeronave, sino fuera porque permanece estática y presenta dimensiones mucho mayores que las del avión.
Liberados de esta idea por fuerza de la lógica dinámica, podemos, entre el deslumbramiento y la pequeña angustia instalada en todo pasajero que se apresta a aterrizar, permitir que la imaginación despegue y asimile el diseño de la ciudad como el trazado de un Dios moderno, o mejor, como el trazado del hijo de Dios, un nuevo Cristo, dispuesto a reeditar al Padre el reclamo del abandono.
Brasilia, entonces, se nos asemejará a una cruz, cuyo palo horizontal se curva hacia arriba, como si fueran brazos dirigidos al cielo. Y a lo largo de estos brazos, cuadrículas y cuadrículas, puntos de concreto, armonizados en una síntesis geométrica esencial e intemporal, que nos calará hasta los huesos al mismo momento de descender del avión y pisar suelo brasiliense.
Brasilia cuenta con lo esencial para ser una ciudad moderna, de ofertas básicas y directas. Inaugurada el 21 de abril de 1960, es aún adolescente: falta en ella el sabor de lo añejo.
Es por ello que Brasilia es un lugar donde ninguna mirada puede ser simple, porque la simpleza se construye con la vida que ofertan y van dejando aquellos que crecen y mueren a lo largo de los años, acumulando sorpresas, causas de improviso, comienzos y finales, algunos simples encantos y muchos, pero muchos, momentos de tristeza.
Pensada desde cero por Lúcio Costa y Oscar Niemeyer, Brasilia es el paradigma de la anti-historia y del asepticismo urbano. Libre de improvisaciones, pues nació de una idea y no de una evolución poblacional, crece y se presenta al mundo como el espacio encantado, patrimonio cultural de la humanidad, donde no puede haber sino perfección.
Centro del poder político y capital de Brasil, Brasilia cuenta hoy con 2 millones 455 mil 903 habitantes (originalmente fue pensada y diseñada para albergar 500 mil personas). La burocracia institucional domina los espacios de la ciudad, que se visten también de traje y corbata.
Organizada por sectores y transversalizada por una gran avenida, el Eje Monumental, sus habitantes se desplazan del Norte a Sur y de Este a Oeste, para satisfacer sus demandas de servicios básicos y recreación, y para olvidar también –al menos por segundos- que están en una ciudad encantada, o –como me gusta más definirla- en una ciudad ghetto –con la diferencia de que la minoría que vive en Brasilia, es la minoría del poder o de los representantes del poder.
Quien viene de fuera se desplazará al mismo ritmo que los habitantes de Brasilia, por los mismos caminos y lugares. Se maravillará, sin duda, con las grandes construciones de Niemeyer, esculturas enormes, limpias y vacías, que pretenden ser edificios. En estos trayectos no verá mendigos, ni perros callejeros, sólo personas bonitas, limpias y bien cuidadas, y vehículos, muchos vehículos último modelo. Al fin y al cabo, Brasilia posee el segundo mayor ingreso per capita de Brasil y es la ciudad más costosa de suramérica.
Sin embrago, señores turistas, yo quisiera decir que, a pesar de esto, en Brasilia se mueven también personas normales.
Quisiera informar que antes de la construcción de Brasilia, el área donde Costa y Niemeyer levantaron su cruz servía de tránsito a los pueblos originarios de esta tierra, las etnias Fulni-ô, Kariri-Xocó, Korubo y Kariri-Tuxá, quienes fueron expulsadas y obligadas a dispersarse por todo Brasil.
Nueve años después de la construcción de la ciudad, estos pueblos retornaron en busca de sus derechos naturales. A su regreso encontraron la ciudad aún en construcción, con el perfil de la cruz levantándose hacia el cielo, y ocuparon un área en el sector noroeste, donde viven hace 38 años, sin que muchos de los dos millones y medios de habitantes modernos sepa de ello, ni mucho menos de la conexión espiritual y ancestral que estas tribus tienen con esta tierra, de donde hoy nuevamente intentan sacarlos para continuar levantando la síntesis geométrica esencial e intemporal que nos ofrece esa cruz moderna que vemos desde el cielo, justo antes de que los aviones que llegan a Brasilia inicien el viraje de aproximación final.
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