Los perros rabiosos
Seguimos en la ciudad perfecta. Con un nivel de humedad ubicado por debajo del 15 por ciento y un sol que quiebra la madera de las puertas, emprendemos la segunda aventura hacia el sector noroeste de Brasilia, o tierra del bananal, como la llaman los indígenas que la ocupan desde hace 38 años.
Esta vez vamos en busca de otros testimonios. Relatos recientes, desprendidos de misticismos y deudas ancestrales, que luchan también por la permanencia en esta tierra, destinada por el Gobierno del Distrito Federal para la construcción del Sector Residencial Noroeste, que albergará 40 mil habitantes de alta renta.
Sí, el sector noroeste tendrá un destino noble y moderno, se llenará de atractivos y señoriales edificios, muy al estilo del gran constructor contemporáneo de Brasilia, el hombre que levanta la ciudad con perspectiva desarrollista, Paulo Octavio, exitoso empresario del sector constructor e inmobiliario, quien casualmente es también el Vice-Gobernador del DF.
Mientras avanzamos entre el matorral, zigzagueando por los arenosos caminos que llevan hasta el corazón de la reserva indígena donde los Karirí-Xocó plantan bananas y esperanzas, mientras ruegan a los dioses, afilan sus flechas y discuten con Arão Guajajara, el abogado que asiste al Consejo Tribal de la Reserva del Banal sobre los avances y retrocesos de su pleito, escuchamos el ladrido de cien perros rabiosos.
Nada asusta más en esta tierra que la indolencia del sol y el ladrido de los perros. El polvo que se levanta a nuestro paso impide distinguir la catadura de los animales. Sin embargo, por la fiereza conque ladran, los imaginamos grandes, violentos, dispuestos a destazar con sus colmillos a todo visitante que ose entrar en esta tierra como intruso, es decir, sin haber sido invitado.
Sin embargo, como nosotros ya estuvimos por aquí, hace poco más de una semana, conversando con algunos miembros de las tribus que pueblan la reserva, confiamos en que estos ferozes animales hayan guardado en sus narices nuestro olor, confiamos en que nos identifiquen a la primera husmeada, y nos dejen atravesar, sin contratiempo alguno, el territorio que resguardan.
Además esta vez no nos detendremos en la reserva. Nuestro destino está algunos kilómetros más adentro del punto donde los indígenas han echado raíces y enterrado a sus muertos. Vamos al sitio de Don Francisco de Ceará, el recolector de basura.
En Brasilia todo es organizado, nada queda ni se realiza por voluntad del azar. La burocracia lo registra todo, lo clasifica todo, incluye todo dentro de planillas de registro que deben llenarse siempre con letra menuda y firme, preferiblemente de molde, para evitar demoras causadas por una lectura difícil, por un grafismo inentendible. Todos saben, además, que la burocracia sólo digiere la demora del café o de las firmas más altas.
En ese afán por organizarlo todo, Brasilia organizó también a los recolectores de basura. Existen asociaciones y cooperativas nacidas por impulso propio, es decir, por voluntad de los propios recolectores, pero que han recibido tambiém cierto apoyo del Gobierno del DF.
El mayor apoyo vino del programa gubernamental denominado Basura Limpia, establecido por decreto el 19 de octubre de 2005. Entre otras cosas, el programa ofrecía un sistema integrado de registro de recolectores de basura, así como la posibilidad de concesión de lotes y de apoyo a la creación de cooperativas.
Pero sucede que Don Francisco vino de Ceará, estado del nordeste de Brasil compuesto por una sociedad rural, basada sobre todo en la producción pecuaria, que sin embargo se ha urbanizado en un 53 por ciento, lo que, tal vez, le haya permitido pasar de la vigésimo tercera posición en el índice de desarrollo humano de Brasil, a la decimo novena, del total de 27 estados que componen el país. Y de allá vino Don Francisco, sabiendo apenas leer y escribir.
Alto y fuerte, con la piel curtida y rajada por el sol, como la de la madera de las puertas que resguardan la intimidad del rancho donde habita, Don Francisco nos recibe con amabilidad dosificada. Comprobamos, al llegar, que buena parte de la jauría que dejaba escuchar sus ladridos entre la polvareda del camino, se reune alrededor de la casa del recolector de basura. Vemos mucho más de cerca a los perros.
El sol se ha hecho más denso en la zona, pero no es suficiente para disipar el olor a basura que impregna todo, la fetidez que se cuela entre el matorral y curva los árboles más bajos, nos alcanza y nos doblega también un poco. Don Francisco lo percibe, y creo que esto, y la ansiedad rabiosa conque sacamos nuestras cámaras fotográficas, instala en él la desconfianza. Se retrae entonces un poco. Vemos su gesto huraño. Pregunta si somos reporteros de algún periódico local. Pregunta si trabajamos para la Terracap, la compañía inmobiliaria de Brasilia, constituida por el Gobierno del DF, que hoy pleitea la desocupación de las tierras del noroeste con los indígenas.
El resto de la tarde se torna sinuoso y pesado. Don Francisco duda, no logramos convencerlo, ni entender muy bien su cautela. Sólo sabemos que no pertenece a ninguna de las siete cooperativas de recolectores de basura apoyadas por el Gobierno del DF. Nos permite, sin embargo, andar por ahí y tomar algunas fotos, escoltados siempre por los perros, que ahora que lo vemos bien, son apenas una media dozena de animales hambrientos.
Etiquetas: Basura, Brasilia, Perros, Recolectores
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