Casa Oriental
El imaginario fantástico cultural del mundo generalmente relaciona al Asia con la profunda devoción mística y ancestral. El occidente poderoso y mercantilista, que dominó las manifestaciones culturales más arraigadas en la devoción a lo originario hasta someterlas al profanador y avasallante culto de lo nuevo, también se pliega, en su necesidad de escape y olvido de las culpas contemporáneas, a la imagen del Asia Oriental como paraíso de la meditación y la sabiduría, pero dándole siempre un matiz fantasioso, intentando conjurar con esto la fuerza gravitatoria de su amplia y generosa espiritualidad.
No obstante, el Asia Oriental aporta al mundo elementos mucho más objetivos (si es que cabe esta clasificación comparativa) que aquellos que la representan como un mundo de carácter casi etéreo, tan exclusivamente místico que se pierde en los linderos de la inacción y, por consiguiente, de la ausencia de productividad objetiva. Entre estos, la enorme capacidad de trabajo de sus emigrantes, sobre todo los de las generaciones más viejas y de pueblos menos occidentalizados.
En Brasil, por ejemplo, la inmigración asiática oriental es cuantiosa y ha significado un aporte fundacional no sólo para la restructuración del carácter brasileño, especialmente en las ciudades de Río de Janeiro y Sao Paulo, sino para el crecimiento de la economía nacional. Es impresionante observar cómo estos imigrantes asiáticos no paran de trabajar, ni aún con el envejecimiento. Por el contrario, pareciera que al envejecer, ese criterio de la sabiduría acumulada que los torna tan cuidadosos de lo longevo, los mantiene en firme para continuar aportando fuerza laboral a sus comunidades.
Recientemente estuve en un evento de la comunidad asiática oriental brasiliense, en el templo budista que queda cerca de donde vivo (Cuadra 115 Sur), y me sorprendí al descubrir que tanto la organización como las actividades puntuales y hasta más fuertes del evento, eran ejecutadas por los más viejos, por aquellos que de seguro ya serían abuelos y bisabuelos, mientras los jóvenes se dedicaban a disfrutar de las ofertas que el evento proporcionaba. No resistí este espectáculo, esta realidad abrumadora para la consciencia occidental y me dediqué a registrar algunos de aquellos momentos, de aquellas escenas, de aquellas visiones -nada fantasiosas y sí con un real aire místico- con mi cámara fotográfica. En aquella casa oriental bullía el trabajo y eran los viejos quienes lo comandaban y sostenían.
No obstante, el Asia Oriental aporta al mundo elementos mucho más objetivos (si es que cabe esta clasificación comparativa) que aquellos que la representan como un mundo de carácter casi etéreo, tan exclusivamente místico que se pierde en los linderos de la inacción y, por consiguiente, de la ausencia de productividad objetiva. Entre estos, la enorme capacidad de trabajo de sus emigrantes, sobre todo los de las generaciones más viejas y de pueblos menos occidentalizados.
En Brasil, por ejemplo, la inmigración asiática oriental es cuantiosa y ha significado un aporte fundacional no sólo para la restructuración del carácter brasileño, especialmente en las ciudades de Río de Janeiro y Sao Paulo, sino para el crecimiento de la economía nacional. Es impresionante observar cómo estos imigrantes asiáticos no paran de trabajar, ni aún con el envejecimiento. Por el contrario, pareciera que al envejecer, ese criterio de la sabiduría acumulada que los torna tan cuidadosos de lo longevo, los mantiene en firme para continuar aportando fuerza laboral a sus comunidades.
Recientemente estuve en un evento de la comunidad asiática oriental brasiliense, en el templo budista que queda cerca de donde vivo (Cuadra 115 Sur), y me sorprendí al descubrir que tanto la organización como las actividades puntuales y hasta más fuertes del evento, eran ejecutadas por los más viejos, por aquellos que de seguro ya serían abuelos y bisabuelos, mientras los jóvenes se dedicaban a disfrutar de las ofertas que el evento proporcionaba. No resistí este espectáculo, esta realidad abrumadora para la consciencia occidental y me dediqué a registrar algunos de aquellos momentos, de aquellas escenas, de aquellas visiones -nada fantasiosas y sí con un real aire místico- con mi cámara fotográfica. En aquella casa oriental bullía el trabajo y eran los viejos quienes lo comandaban y sostenían.